domingo, 1 de mayo de 2011

AMOR EN DOS SEGUNDOS


Durante un viaje en tren, me tocó en el departamento un compañero filosófico y hablador. En las cerca de 4 horas de viaje, al menos en dos y pico de ellas lideró una conversación multitemática con diversidad de asuntos. En España, fijo, tendría un indiscutido y reputado puesto de tertuliano radiofónico. Sin embargo, de todo, sólo me quedé con una frase: “nacemos solos en un segundo y en un segundo morimos solos, entre estos dos segundos está la vida”. Hablaba en un entremezclado italiano-inglés-español (por el acento me pareció aprendido en México, Puerto Rico, Panamá… o así) y encima dijo ser armenio. Su voz, de actor de doblaje, era timbrada y su dicción hipnotizante.

No se si por efecto de la hipnosis armenia o por la hipnótica monotonía de ver pasar paisaje sin fin, sin ninguna posibilidad de poseerlo, me quedé enganchado en aquella frase, la cual es de las que no te resuelven nada y acabas dudando entre si realmente es una tontería o un pensamiento con carga de profundidad.

Como fui incapaz de despejar la duda, seguramente por pereza mental, solo se me ocurrió hacerme un chiste replicante al pensar que lo que hay entre los dos segundos, es decir la vida, también la hacemos solos, en constante búsqueda de amor.

Difícil concepto este del amor. Posiblemente en el transcurso de toda la existencia humana, sea de las cosas más tratadas por todas las culturas, con muy diversas proyecciones. El amor como concepto filosófico, místico o religioso, vinculado al sexo, a la amistad o a la familia. Como pecado y como virtud. Motor de y en todas las artes, movimientos poéticos, pictóricos o musicales. En la novela, en lo trágico y lo cursi, en el humor o la represión, en la ciencia, la psicología o la sociología. La lista sería larga. Generalmente, es tratado como algo externo y pocas veces como algo nuestro. En todos los casos, rascando un poco, al final la razón oculta es la de no sentirse solo.

Normalmente, nos planteamos como opuesto al amor el odio y no es cierto, el antónimo real seria la indiferencia y el desden. El odio es simplemente un forma perversa del amor.

Una vez liberado de los influjos mesméricos a los que había estado sometido en el tren, empecé a divagar con libertad y saltando de una idea a la otra, me encontré en una de las muchas vertientes que puede tener el amor.

Hacia poco, había visto la película danesa In the Better World” (que recomiendo ver), especialmente me interesó la propuesta sobre la transición odio-amor y amor-odio. Si en la divagación vinculé la película a mi, fue por la coincidencia que pocos días antes, dos personas amigas muy próximas, estaban pasando por experiencias de una cierta afinidad al planteamiento del film.

En un caso, la relación entre padre e hijo había llegado a distanciarse tanto que el ambiente diario transitaba entre el odio y la indiferencia. Un hijo mal estudiante, adicto a cualquier fumable y más, de día en su habitación, de noche en la calle y un padre poco ágil para la ductilidad.

Al poco tiempo de la mayoría de edad, el hijo con un pretexto bien tramado viaja al otro lado del mundo, donde inicia un negocio que a los pocos meses quiebra estrepitosamente. Como en la familia el eco de la explosiva situación resuena como un “cada vez peor”, el padre retoma su rol y determina viajar al rescate. Al ser un empresario curtido, se pone al frente y propone reconducir la situación a condición de hacerlo conjuntamente y corresponsabilizando al hijo. Hacerlo así, sin proponérselo de antemano, mejoró la agilidad y flexibilidad y con ello, como por arte de magia padre e hijo se encuentran. El fuerte shock de la quiebra y la lejanía de casa, rompen todos los esquemas convencionales de relación. Se actúa sin prejuicios y se produce el milagro, el flujo de amor y confianza renace y consolida.

Totalmente distinto es el caso del otro amigo. Él es un importante ejecutivo con muy altas responsabilidades, tiene controladas todas las situaciones de su vida: trabajo, familia, relaciones. Vive absorto en su mundo profesional, de manera que las relaciones con la familia son de una corrección exquisita, es tal la exquisitez que el concepto amor raramente se interfiere en nada, es cosa de cada uno. La rutina, principal enemiga del ser humano, queda rota por un aparatoso accidente de automóvil que por fortuna se salda sin un hueso roto, solo con serias magulladuras, tales como si hubiera jugado una final contra el Real Madrid.

La reacción espontánea de los hijos fue de proximidad, atención y cariño. Esta actitud infrecuente en la familia, le desvela algo que existía pero no percibía, la manifestación de amor de los hijos no entraba dentro de sus esquemas de vida y se produce por sorpresa propia un emocionado nuevo encuentro consigo mismo y con la familia.

Es cosa rara esto del amor, nos es vitalmente necesario y sin embargo lo guardamos celosamente oculto, con demasiada frecuencia en el cajón de las debilidades y para sacarlo, precisamos de fuertes shocks.

¿Raro?. Raro sí es. ¿A qué sí?.